Tristeza, pesimismo, aislamiento e irritabilidad son solo algunas de las manifestaciones de la depresión, una enfermedad biológica del cerebro, con variadas causas y tratamientos, que presenta una alteración del estado
de ánimo, comprometiendo distintas áreas del funcionamiento de una persona.
La duración de un episodio depresivo, es decir del tiempo que estamos con ese ánimo pesimista, excede lo que normalmente consideramos una respuesta esperable ante un evento –como un duelo, por ejemplo– y afecta la capacidad de
disfrutar y distraerse, pudiendo presentar alteraciones cognitivas o neurovegetativas, a diferencia de lo que nos ocurre con la tristeza normal.
La depresión afecta distintas áreas, como los afectos y las emociones, produciendo:
Entre las alteraciones del pensamiento están:
Alteraciones en los ciclos biológicos de:
Alteraciones de la conducta:
También existen los llamados factores de riesgo, y si bien, dada la alta prevalencia de la depresión en el mundo, se discute si realmente tienen una relación causal o solo representan una asociación estadística, existe consenso en los siguientes
Género: hay muchos estudios, en distintos lugares del mundo y en distintos momentos que son consistentes en el hecho de que las mujeres están en mayor riesgo de sufrir una depresión que los hombres.
Eventos vitales estresantes, entendidos como circunstancias del ambiente que obligan a las personas a reacomodar estrategias para recuperar el equilibrio perdido. Estos no necesariamente tienen que ser negativos, pero sí representan cambios en la vida, como el nacimiento de un hijo o un cambio de casa. Dentro de los eventos vitales que se han asociado más consistente con el desarrollo de depresión tenemos la cesantía, dificultades conyugales, problemas de salud importantes y pérdida de las relaciones sociales estrechas.
Experiencias infantiles adversas, como abuso sexual y físico; una pobre relación entre los padres y los hijos, discordia o divorcio entre los padres o la pérdida de uno o de ambos antes de los 11 años. Estos hechos han demostrado tener asociación estadísticamente significativa con la presencia de sintomatología depresiva en la edad adulta.
Ciertos rasgos de personalidad, que son aquellos que implican tendencia a desarrollar trastornos emocionales ante la exposición al estrés, como inseguridad o sentimientos de minusvalía y fracaso. No es lo mismo
tener un rasgo del carácter que un trastorno de la personalidad.
Un trastorno de la personalidad implica un estilo de enfrentamiento más rígido, la persona no aprende de la experiencia, siempre usa el mismo recurso. Ese trastorno de la personalidad, en el caso de una depresión, facilita la aparición de síntomas, precipita y modifica las manifestaciones clínicas y empeora el curso de la enfermedad.
Aquí la autoestima es muy importante, ya que es un componente emocional básico para el bienestar. Una baja autoestima nos hace sentir mal con nosotros mismos, provocando desconexión, abatimiento y vulnerabilidad para desarrollar síntomas emocionales frente a la adversidad. Igualmente, la inseguridad supone una baja efectividad para afrontar y gestionar dificultades.
La resiliencia, por otra parte, es la capacidad de una persona para adaptarse de forma positiva ante situaciones que le son adversas. También de regular de forma eficaz las emociones. Es una habilidad que podemos ir desarrollando a lo largo de la vida y en la interacción con los demás, es decir, no es que se tenga o no se tenga, se puede desarrollar y por eso es fundamental la educación temprana.
Es muy importante la voluntad de mejorar, sin embargo, como es una enfermedad del cerebro, la sola voluntad no basta, se necesita voluntad más tratamiento.
Los antidepresivos mejoran la neurotransmisión y su administración considera una fase aguda, que dura entre 9 y 12 semanas, donde se busca una respuesta; una fase de continuación de entre 6 a 12 meses y, por último, una fase de mantención, que es indefinida.